martes, 5 de julio de 2011

Mónaco se viste de blanco...

Como todos sabemos este fin de semana pasado se llevó a cabo el tan esperado enlace entre Alberto de Mónaco y Charlene Witsttock, así que aquí les tenemos todos los detalles.

El viernes 01 de julio se casaron por el civil en el Salón del Trono del palacio, lugar donde el príncipe Raniero III y Grace Kelly celebraron su enlace civil, el 18 de abril de 1956, en el que estuvieron presentes las personas más allegadas a la pareja. Al evento sólo asistieron 80 personas entre las que se encontraban familiares, los testigos y las autoridades del Principado, sin embargo, siguiendo el espíritu de acercar la boda real al pueblo, se colocaron 2 pantallas en la plaza del palacio donde pudieron seguir el enlace. Además las puertas del salón permanecieron abiertas para que la breve ceremonia, apenas de 15 minutos, fuera presenciada por todos los asistentes. 



Charlene eligió para esta ceremonia un traje azul, con saco y falda de gasa, con el cabello recogido y pocos accesorios. Al declararlos oficialmente “marido y mujer” Charlene Wittstock ha recibido el mismo rango que su marido, Su Serenísima Alteza, y entró a formar parte de la familia Grimaldi convirtiéndose en princesa de Mónaco. A partir del viernes es Charlene de Mónaco.


 Ya como marido y mujer, la pareja salió al balcón del Salón de los Espejos para saludar a todos los asistentes que les esperaban, quienes los recibieron calurosamente con gritos, aplausos y banderas agitándose, por su parte la pareja sonriente y relajada no dejaba de saludar a la multitud.




Posteriormente el sábado ocurrió sin duda el momento más especial y que todos esperaban. Vestido con el uniforme de verano del coronel del Cuerpo de Carabineros del príncipe, Alberto esperó a la novia en el altar. En ese momento se desveló el secreto mejor guardado del día: el vestido de Charlene, diseñado para ella por Giorgio Armani. Un vestido sencillo de larga cola, velo y pocas joyas, sólo un precioso prendedor en el chongo de su peinado.

La novia caminó hacia el altar del brazo de su padre Michel, mientras Alberto de Mónaco la esperaba paciente y la recibe con una media sonrisa, Chris Le Vine, primo hermano de Alberto de Mónaco y Donatella Knecht de Massy, sobrina política de Alberto, ejercen de padrino y madrina. La pareja quiso dar un toque especial a esta ceremonia e involucrar a los ciudadanos, por ese motivo los pajes y damas de honor que acompañan a la novia al altar son seis niños procedentes de Cap-d’Ail, Beausoleil, La Turbie, Menton, Peille y Roquebrune, poblaciones muy bellas y próximas al Principado, vestidos con un traje inspirado en el traje típico del Principado. 



Y entonces llegó el momento cumbre de la ceremonia, cuando el padre pregunta al príncipe Alberto: “Alberto ¿tomas a Charlene aquí presente como tu legítima esposa desde este día, en lo bueno y lo malo, en la riqueza y la pobreza, en la salud y la enfermedad, para amarla durante el resto de tu vida?”. “Sí quiero” responde Alberto y Charlene hace lo propio cuando se le hace la misma pregunta, después intercambian los anillos, de oro blanco y platino. En ese momento, Alberto manda un beso a su mujer.

El Patio de Honor del palacio se transformó así en una auténtica iglesia, con el altar colocado en el centro de las dos escalinatas, rodeadas por los músicos. No faltaron las alfombras rojas, una inmensa lámpara de araña que parece suspendida de la cúpula celeste, novecientas sillas y butacas blancas grabadas con el escudo de armas de los Grimaldi y, por supuesto, el altar vestido.




En el patio de honor hay sólo unos 825 invitados que son los privilegiados que ven la misa de cerca, pero unas 3,500 personas la siguen a través de las dos pantallas instaladas en la plaza de palacio, mientras millones lo hacen a través de la televisión, Internet y otras pantallas colocadas en diferentes lugares del Principado.

El florista Christian Carlesi-Sorasio fue el encargado de embellecer los escenarios de este enlace con flores elegidas en su totalidad por los novios, que confiaron en su talento heredado sin duda de su abuelo, que fue el encargado de la decoración floral del enlace de Raniero III con la princesa Gracia. Esta es sin duda la manera que tiene Alberto de rendir un bonito homenaje a sus padres y otra muestra más del gran protagonismo que tienen los ciudadanos de Mónaco en estas nupcias. En el palacio se han colocado guirnaldas compuestas por rosas, hortensias, orquídeas de color blanco, lirios y una flor típica de Sudáfrica.

La música la pone la orquesta filarmónica de Montecarlo, el coro de la ópera de Montecarlo (compuesto por 40 voces), que cuenta con grandes solistas internacionales, y la Maîtrise de la catedral con los Pequeños Cantores de Mónaco (45 adultos y 30 niños) dirigidos por Pierre Debat, maestro de capilla del palacio principesco y de la catedral.

Tras los nervios de la boda, los príncipes ofrecieron a sus invitados una excepcional cena que tuvo lugar en la Ópera Garnier de Montecarlo, un lugar muy especial que históricamente ha estado vinculado no sólo a la dinastía Grimaldi, sino a todos los ciudadanos que han sido testigos de las innumerables fiestas y bailes que se han celebrado en este legendario edificio. Allí, los príncipes Alberto y Charlene disfrutaron de los exquisitos platos elaborados por el prestigioso chef Alain Duchase.

Los más de 450 invitados a la cena oficial fueron llegando poco a poco a las terrazas de la Ópera Garnier donde se instalaron las mesas que estaban decoradas con centros de flores en tonos blancos, verdes y azules y sillas doradas con cojines blancos. La mesa de honor tenía forma de "T" y en la parte transversal se sentaron Alberto, Charlene y sus respectivas familias, mientras que en la parte perpendicular se encontraban los jefes de Estado y los diferentes miembros de las familias reales que acompañaron a los novios en su día más especial. El resto de invitados, según ha informado el Principado, fueron repartidos en mesas redondas.


El menú estuvo conformado por especialidades típicas de Mónaco, el "Barbagiuan", una especie de empanada de pasta muy fina que se come con los dedos y que está rellena de espinaca, ajo, cebolla, perejil, albahaca, huevo y queso parmesano. A continuación, y el chef Ducasse retrató un paisaje típico de la costa de la Riviera y para ello hizo un juego de verduras como tomate, rábanos, setas, todo salpicado con almendras frescas, flores de calabacín y apio. Debajo de esta “obra de arte” colocó unos filetes de mújol marinado y como aderezo, no podía faltar uno de los ingredientes más utilizados en todo el mundo y clave de la dieta mediterránea: el aceite de oliva virgen extra.

El menú prosiguió con trigo cocinado con zanahorias, corazones de alcachofas, ajo, chícharos, alubias verdes y champiñones. Alimentos de la tierra como homenaje a la cocina sana, modesta y sabrosa, nada formal.

Antes de pasar a los postres, los invitados y los recién casados disfrutaron de nuevo con una sorprendente creación de Ducasse. Sobre una cama de papas cocidas en caldo de azafrán dispuso un revuelto de diferentes pescados: langostinos, filetes de salmonete, calamares rellenos, sepia, besugo y pulpo.

El primero de los dos dulces servidos, una copa de cristal sobre la que se encontraba una delicada gelatina de fresas y frambuesas silvestres recogidas esa misma mañana, hizo honor a los colores nacionales del Principado. Además, el postre se completaba con una cucharada de y una galleta de hojaldre.

Por fin llegaba uno de los momentos más esperados de la noche y hacía su entrada triunfal el pastel de bodas. Una espectacular creación de siete pisos, metro y medio de diámetro y dos y medio de alto para la que Ducasse utilizó 2,000 flores de azúcar. La flor que corona el pastel, una protea, símbolo nacional sudafricano en homenaje a la princesa Charlene, complementa a la perfección un pastel "esponjoso de almendras, con una fina mermelada de grosellas y un mousse ligero de vainilla, cubierto con chocolate blanco y de algunas perlas de grosella".


Antes de la medianoche, todos los invitados se reunieron en la terraza para ver un maravilloso espectáculo de fuegos artificiales, pirotécnica que sorprendió a todos con una lluvia de oro sobre la bahía de Mónaco y los fuegos reflejados sobre el mar Mediterráneo

Después todos entraron en la Sala de la Ópera para vivir uno de los momentos más especiales de la noche, el primer baile de los novios. Con un ritmo suave y lento, Alberto y Charlene bailaron ya convertidos en marido y mujer. Sin duda fue un momento único e inolvidables para una pareja que esperó durante mucho tiempo la llegada de este día.

 

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